Considerando las cotidianas experiencias de desamparo y abandono por las que transcurrimos los ciudadanos comunes, en su mayoría. No es para nada ocioso considerar la necesidad e importancia de valorar todos aquellos actos que muestren señales de apoyo, solidaridad y acompañamiento para los demás, y ahora también a sistemas relacionados a la ecología y el medio ambiente que, por desgracia son protagonistas de situaciones críticas y dolorosas. Así, desde ser víctima de un delito, del funcionamiento institucional, actos de violencia explícitos o desgracias naturales como catástrofes o la muerte, todos necesitamos de una mano extendida y dispuesta a proveer algún tipo de auxilio que facilite una recuperación aceptable y medianamente pronta.

De esta manera, cuando se experimenta una situación de desgracia, la persona busca de diversas formas establecer su demanda de ayuda, la cual puede ser velada o evidente, abiertamente aceptada o arrastrada frente a la vanidad o el orgullo; pero el propio estado individual que se vive regularmente hace que terminemos por aceptar aquello que nos compartan los otros, que arriesgadamente, a simple juicio, consideremos están en mejores condiciones que nosotros. Por lo tanto, un abrazo, una escucha, un refugio o alimento, todos ellos se convierten en sinónimo de ayuda. Todo acaba por representar una hermosa frase: “estoy contigo”, la cual entre nuestra cultura su uso es de una trascendencia muy considerable y peculiar. Tal vez porque hemos visto y aprendido que nuestras necesidades son incomprendidas y que solamente nosotros, la sociedad, somos capaces de sensibilizarnos y ‘ayudarnos unos a los otros’ haciéndonos llamar como altruistas, solidarios, sensibles o empáticos. Sin embargo, esta cuestión de dar entraña varias aristas que pueden condicionar lo oportuno del acto. Por ejemplo; el grado de armonía entre la demanda real y la solicitada, el valor justo de la desgracia, la ganancia que se obtiene al dar y al recibir algo de otros y el efecto mismo de la acción; son situaciones que no siempre tendemos a considerar. Posiblemente porque se supone que el ser solidario y apoyar implica una acción bondadosa en todas las dimensiones.

Sin embargo, no siempre tiene que verse así; frente a la indiferencia y los frágiles límites del abuso y la manipulación no basta con la solidaridad y el altruismo; conceptos que, según el diccionario de la lengua española, el primero implica la adhesión a la empresa de otro y la diligencia en procurar el bien ajeno aun a costa del propio, respectivamente. Es oportuno tomar en cuenta algunos aspectos que promuevan no sólo el dar apoyo, sino promover con éste una recuperación autónoma, delimitar el abuso y evitar las ganancias obtenidas en la acción de brindar auxilio, con el fin de repercutir en la generación recíproca de colaboración y acciones positivas que impacten el desarrollo social. Es decir, conductas que al tiempo que dan apoyo, respeten y activen las capacidades del otro, consideren su identidad y dignidad personal y partan de la voluntad y autonomía para ceder su esfuerzo en bien de otro sin sentirse presionado o abusado, por un lado, y por otro hacerlo por convicción propia y sin esperar recompensa externa alguna. Estas conductas son conocidas como: conductas pro-sociales, acciones que van más allá del dar, más allá de unirse a la campaña de otros desconociendo si con esto en verdad se ayuda, limita, condiciona, o se refuerza su estado de desventaja. Acciones que buscan de forma invariable promover la multiplicación de actos de colaboración en todos los involucrados, reconociendo que evidentemente esto conlleva a una mejor integración social, genera armonía y mitiga la avidez de competitividad irracional y hostilidad que consume paulatina e irremediablemente a nuestra sociedad actual.

Este tipo de manifestaciones sociales podrían aportar mucho a las pretensiones de la mayoría por hacer una vida menos azarosa y con menos infortunio para todos. Pues es común que dentro de la verborrea diaria muchos expresamos querer vivir en paz, sin violencia y lejos de sentimientos mezquinos que irónicamente, parece nos hemos especializado en reproducir de manera cada vez más fiel, sofisticada y peligrosamente sutil.

Cuando se piensa en ayudar al prójimo, todos aquellos bien intencionados comúnmente asumen que es importante corresponder al auxilio, y es así en realidad. Pero ¿cómo saber la medida del daño y de la ayuda? ¿Cómo estar en sincronía con el afectado para identificar cuando nuestra ayuda hace que éste dependa o se accione para emerger y, además generar en él la capacidad de corresponder para otros? Por un momento, imaginemos que esto fuera posible en la localidad, en la colonia, en la familia, en la escuela, en el estado; esto para no ser tan ambiciosos, y se puede resumir preguntando: ¿Cuánta de nuestra ayuda pudo haberse dimensionado honestamente y cuan sensibles seríamos ahora ante nuestras diversas crisis? ¿Alguno consideraría que hizo la tarea de otros en aras de ser solidario? o ¿Cuántos sacamos ventaja velada de ayudar? ¿Sabríamos quiénes ‘compraron’ la oportunidad de ayudar?

Se podría considerar que algunas veces el ser altruista revela la imagen de bueno, dispuesto, mártir, sumiso, líder o guía; en todos estos casos la verdadera imagen individual es susceptible de verse alterada, nos perdemos frente a la demanda, la intención o en muchos casos la sentencia, perdemos algo de nosotros. Para mostrar conductas prosociales se requiere de valor, determinación, imaginación e integridad personal. Es no dejarse en el proceso, es considerar que nuestra acción de darse a otros está determinada y dimensionada por nosotros mismos, y que no solo se busca que el otro salga del dilema o la crisis, sino que se entregue proporcionalmente, valore y coincida en no caer en mezquindades de ningún sentido. En otras palabras, es no pretender solamente el beneficio externo, sino encontrar la colaboración y respeto de todos los personajes implicados. Seguramente de este modo, algunos de los fantasmas más dañinos que merodean al individuo, la sociedad y la cultura se sentirían al menos, más cautelosos a la hora de ver nuestras caras y querer utilizarnos. Ayudar, bajo una visión común y simplista; es conceder, dar, renunciar, delimitar, generar dependencia. Lo prosocial es acompañar, compartir, crecer, valorar, generar crecimiento y retribuir de todas las formas posibles.

Así, lo altruista debiera relacionarse no solo con el acto de ayudar, si no con la empresa de colaborar al crecimiento del otro aun en condiciones de desamparo y desgracia. Implica estar con el otro sin olvidarse de sí mismo ni renunciar, por una parte, y por otra; no condicionar lo dado o utilizar la desventaja del caído para regocijo, conveniencia o simulación. Ser solidario es un acto honesto que requiere integridad, convicción y amor, pero con la conciencia plena y los pensamientos claros. Sin lugar a dudas bajo esta apreciación, necesitamos con urgencia de corazón hombres y mujeres solidarias (os).