Primera parte

Las luchas que se han desarrollado debido a la inequidad en los derechos y libertades entre hombres y mujeres han sido arduas y férreas. Afortunadamente, aunque no suficiente, los logros son evidentes sobre todo a partir del siglo IXX hasta la fecha. Pero, aun que los cambios partieron de transformaciones en las concepciones ideológicas de la sociedad muchas veces expresadas en formas radicales, tristemente sigue habiendo esquemas estereotipados inmutables que al parecer la cultura se encarga no solo de reproducir, sino de afinar haciendo la trama más complicada en el asunto de acotar las brechas y zanjas existentes que separan y tanto laceran a todos sin importar el sexo, clase social o situación económica.

Un elemento de estas secuelas permanentes es el machismo; modo comportamental originado y amamantado desde el seno familiar, instaurado en lo profundo del entramado social y confirmado por todas las instituciones sociales. Algunos estudios lo relacionan como un “valor importado” de la conquista española que nos abrió los ojos a una convivencia “ordenada e instruida” Sin embargo, el machismo fue materializado como idea y concepto partiendo de la época revolucionaria donde el varón busco liberarse, romper las cadenas de sometimiento, enfrentarse a sus dominadores y ser visto como individuo independiente y merecedor, y por su parte las mujeres fueron sus mujeres en toda la expresión de la palabra. Les apoyaron uniéndose a la causa y también fueron víctimas y cómplices de aquel desordenado y caótico suceso. Fue como “soltar y validar” la furia del complejo de sometimiento e inferioridad vivido por todos y por siglos, y virtualmente hasta la actualidad.

No obstante, la confluencia de las características comportamentales que describen el machismo son experiencias de relación que se experimenta en todas partes del mundo que consisten, visto hasta ahora,  en la expresión de poder y/o superioridad del hombre sobre la mujer y donde cada uno de ellos muestra conductas, actitudes y creencias que acaban siendo mediatizadas por la agresión y la violencia y, aunque puede parecer poco creíble por el daño que provocan, terminan siendo replicados entre las generaciones. Bajo esta perspectiva, ya contamos con niños domesticados y adolescentes machistas, orgullo de los padres y sociedades.

Como resultado del proceso anterior, tristemente desde edades muy tempranas se observa los efectos del machismo desde las primeras relaciones amorosas de los adolescentes. Donde, por mencionar algunos informes, datos internacionales indican que en el mundo 3 de cada 10 adolescentes viven experiencias de violencia por sus parejas. En México, las cifras indican que en el país son 7 de cada 10 adolescentes, principalmente violencia sexual y física. Con relación a otro país, registros de asociaciones de apoyo a víctimas de violencia de España, por ejemplo, confirman los altos porcentajes de las adolescentes que viven agresiones por sus parejas, cerca del 60% de las atendidas entre 2018 y 2022.  De estas, alrededor del 50% no son consciente del problema y más del 70% de ellas, no lo denuncian.

Volviendo al tema del machismo, para esta perspectiva el varón macho debe ser macho para vincularse con los demás, ser como se espera según la historia, la cultura y la sociedad. En estos términos, se podría hablar del macho radical y estatutario, aquel que está regido por su normatividad cercana (condición de donde partieron los estudios iniciales de este fenómeno psicosocial) Esta clasificación enarbola las características elementales de esta condición psicológica identificadas desde el siglo pasado coincidente en diversos estudios y ensayos: la heterosexualidad a rajatabla, la agresividad, y se agregaría la violencia y la indiferencia mutilada (el vale madrismo).

Para este machismo recalcitrante, la lucha empieza con el rechazo y terror a lo “no hombre”, lo marica o rajado, cualquier expresión de la sexualidad alternante es despreciada. Es esencial que les gusten las “viejas” dominarlas y ejercer el control sobre ellas, usando desde la burla hasta la fuerza. Tener todas las posibles hasta que se “queda con una” para santificarla, así como lo hizo con la madre. Entonces, ambas mujeres (esposa y madre) serán virginales, las cuales habrá de celar, cuidar y evitar que se relacionen con otros hombres por el mal que estos les pueden provocar. Y cuando llegan las hijas, ahora serán “sus mujeres, sus princesas o sus viejas” para entonces, no solo le pertenece la madre, sino su mujer…. la madre de sus hijos y sus hijas. Puras y castas ante sus ojos y hasta la muerte, solo que esa santificación habrá de ser pagada por ellas mediante la aceptación de conductas abusivas, irresponsables y carentes de vivencias amorosas.  La manera más coloquial de quererlas es mediante la complacencia y el sufrimiento.  Él existe para ellas, aunque en ese transito las arrastre hasta devorarlas y desconfigurarlas cumpliendo las expectativas asignadas y alimentadas anteriormente.

Comúnmente, habrá otras mujeres, pero esas no son tan importantes. Solo son el complemento de su derecho por cuidar y venerar a las primeras; a las de casa. Esas otras son para el merecido placer que no obtiene por la castidad o el incumplimiento de su pareja, este macho es un incomprendido que sabe mentir, por el bien de los demás, incluyendo a los hijos por supuesto.  Urge de otras mujeres por la “necesidad” de satisfacerse y cumplir con el mandato de mostrar su potencia sexual. Así, hay que conquistar y tener deseo siempre, aunque eventualmente no logre satisfacer a ninguna. Pero el sexo y lo relacionado es esencial, los impulsos en esta área con la torpeza correspondiente conforman gran parte del estado de sus motivos arraigados en lo más profundo de su inconsciente. Donde hay una mujer, hay deseo de dominio y posesión, aun de manera simulada.

Sobre la agresividad, se podría mencionar que es el instrumento y recurso para todas las relaciones sociales que le involucran, posiblemente la única que se podría salvar seria la madre (la santa), a ella la abusa de otras formas. El otro u otra que se salva son aquellos (as) que representen poder, a ellos les envidia, les teme y les sirve, hasta que los mata ya sea simbólica, material o físicamente.

La necesidad imperiosa de salir airoso de todos sus actos contractuales es mediante la fuerza, aunque en distintos niveles, engaña, simula, culpa, exige, amenaza, agrede, hasta llegar a violentar de manera explícita. Ya en ese estado, las posibilidades de daño son infinitas. No es una falta de conciencia, es el deseo voraz de tener algo que le dé valor, de estar sobre los otros o a la par al menos, o ser digno. Es el grito desesperado de mostrarse frente al mundo que ya lo castró emocionalmente desde su nacimiento. Solo es sufrimiento y la rabia de verse como una víctima con los sentidos tapados. Nada más se puede sentir, es momento de la adicción, la lucha, las culpas y las conductas irresponsables.

Procediendo de los aspectos anteriores como un cultivo fortalecido, surge una actitud tanto mítica como torpemente admirada y repudiada: la indiferencia mutilada (es mutilada porque parte del trauma y de la propia incapacidad adaptativa. Ser indiferente ayuda a sentir menos), es el: “me vale madre” dando paso a los impulsos, el placer inmediato y la conducta irresponsable, sin recato. Contando con la confirmación propia y ajena de verse macho “este es un chingón… le vale madres todo”, entonces tiene derechos sobre los otros y lo otro sin que nadie le condicione.

El macho merece porque le han quitado, no sabe qué, pero le han arrebatado sus oportunidades y alguien debe pagar.  Le incorporan la vivencia de que no merece por quien es, por lo tanto, merece tomar lo que necesite. Ha vivido dentro de un mundo de carencias de todo tipo que su vivencia es basada en el abandono de sí mismo. Ha emergido desde el “no tengo y no soy” enraizado dentro de su alma. No puede ser visto como dejado o perdedor nunca, y para eso hay que hacer todo lo posible, no importa nada solo no ser devaluado más de lo ya existido. “No me importa ni mi vida, siquiera, mientras no pierda mi derecho y mi poder” esta podría ser la frase que represente el valemadrismo.

Sin embargo, pese a lo cruel del fenómeno descrito, existe otro machismo mucho más lacerante por su simulación, dramatismo y complicidad; una especie de machismo “desarrollado” que, bajo esta perspectiva de análisis se podría nombrar el machismo de “traje, corbata y academia”. Es el machismo sofisticado y algunas veces sutil pero que sigue siendo punto de asociación e identidad entre los varones. Son los machos editados de este siglo que critican a los “otros”, a los que se pelean por una mirada fea, hablan como nacos y alburean soezmente a las mujeres; “Esos machos no tienen educación ni estilo”, dirían estos varones del siglo XXI. Pero en el fondo de su ser, les siguen persiguiendo cual sombra las mismas características incorporadas desde las mismas entidades: la agresividad-violencia, la heterosexualidad y la indiferencia (tomar lo que creen que merecen).

Las dolencias y abandonos son los mismos, también cargan con la ausencia amorosa, la represión emocional y el poco merecimiento. Han sido desterrados de la intimidad y la valoración y acaban siendo condenados a ser lo que se les pide; sin palabras: tener a la mujer, lograr éxito (sea cual fuere) y estar sobre los demás. Sin siquiera preguntarle qué le apetece y qué le hace feliz. Nuevamente es como cerrarles sentidos y encaminarlos a guiarse por el sonido de la bulla y el sonar del poder.  Por eso muchos se cansan, y el gas solo alcanza para medianamente sobrevivir y tirarse al abandono explícito. Les pasa igual que los otros machos, solo que en estos últimos las formas son distintas, pero el fondo es igual.

Este machismo pueril, sigue valiéndose de la violencia para afrontar sus frustraciones y dilemas. Puede llegar a ser   igual de primitiva que en sus iguales radicales, o moderada y gentil como evidencia de su cúmulo de conocimiento y vivencias desarrolladas. Puede vestirse de etiqueta, pero continuar manipulando para poseer y utilizar mediante estrategias algo más elaboradas y poco perceptibles para muchos. Su violencia es simulada, preferentemente, se basa en el discurso, la comedia barata y las complicidades. Las agresiones son indirectas y en contubernio con el resto de ellos hasta convertirse es una cuestión institucional, por ejemplo, dentro de los centros de trabajo y de convivio “nunca está de más hablar de las viejas y de los que me chingué”.

El abuso mediante el estatus es el instrumento cotidiano que arma las distintas maneras de posicionarse. Sin embargo, el fin es el mismo: poseer, incluyendo a la mujer y ser alguien que figure. Por si fuera poco, muy adentro se lleva el mandato de ser o no ser como su padre, llevando a cuestas y en silencio la carga de cumplir la tarea. Este macho es un infeliz exitoso, debido a que, aunque tenga todo lo necesario y más, siempre le hará falta algo o alguien a quien tener. Desde un objeto, un cargo, una prebenda mísera, una relación estatutaria o, si…. una mujer más. Todo es una instrumentación feroz, pero con estilo y desde arriba, que es donde creen que están.

La sexualidad se vive un poco más abierta, con ánimo de entenderla, pero a regañadientes y condicionada, son menos desconocedores del tema, pero igualmente desordenados e impulsivos. El instinto los sigue cegando y la razón no les alcanza para domesticarlos y guiarlos. Claro que aceptan la diversidad, pero ajena a ellos, no les es perteneciente porque rompe la regla de lo hetero. Añadido a lo anterior, este macho sigue necesitado de la conquista, de tener a quien él desea, tristemente priorizando la posesión ante el amor. Pero qué va a saber de amor, si solo lo vio pasar, su mandato consistió en el placer del dominio y la imperiosa búsqueda de éxito. Nació siendo encarrilado a la constricción existencial entre los dos bandos: ambos padres.  Así sigue teniendo la necesidad de amantes, y las amantes le siguen correspondiendo porque también tienen ansia de poder, el elixir de este siglo y de los pasados.

Continuando con la misma línea, hace su aparición la cualidad más enraizada, editada y psicótica del machismo, es la que engrasa la maquinaria para que las anteriores fluyan como baleros en rieles: la indiferencia mutilada o la actitud de “me vale madres” Esa postura idolatrada negligentemente por hombres y mujeres, jóvenes y viejos, pero que en el fondo les pesa tanto por los actos ilimitadamente irresponsables que genera que llegan hasta el absurdo y la contradicción provocando daño y muerte.

La postura machista permite, basada en este principio, reaccionar sobre los otros coaccionando, exponiendo, engañando vilmente, hasta llegar a actos delincuenciales que; nuevamente, son admirados por muchos, cercanos o distantes, pero en el fondo les duele porque genera desgracia.   Esta postura incita a los demás a también tomar lo que creen les pertenece y merecen, arengando veladamente a que se sumen tanto los de arriba y como los de abajo, los que no tienen y los que tienen a tener más, hacia ambos sexos. Si, también a las mujeres les vale madres, solo que ellas participan desde otro apartado, ellas desde sus mandatos e infortunios de origen van fraguando y validando el machismo igualmente contrariadas por los resultados. Gustan de hombres machos, que se hagan valer, las conquisten y protejan, pero solo mientras se dejen domesticar y no pasen por encima de ellas, situación que acaba sucediendo, incluyendo la insensibilidad y la desfiguración afectiva.

Ahora, si se relacionan las características del machismo puestas solamente en el varón, es entendible la explosividad que se genera. Un varón miope en busca de dominio por sus derechos provenientes del inmerecimiento e inferioridad (trauma) en un mundo donde se refuerza y admira el éxito y el logro de metas diversas: económicas, materiales, laborales, estatutarias y amorosas (todas frívolas) el macho tiene que “agarrar” de donde sea y como sea, incluso mediante la violencia y el abuso. Hay que darle “sentido” a sus instintos, placeres y creencias. La imagen más terrorífica de este trauma son la violación, la violencia explicita, el comercio humano y de las drogas, el terrorismo y las guerras.  El macho es macho con las personas, tiempos y circunstancias más vulnerables y bajo sus creencias.

De forma complementaria, la vivencia del machismo en las mujeres es que están mayoritariamente consumidas por su participación en el desarrollo machista por los resultados lacerantes que provoca. También les cerraron los sentidos y fueron puestas en otros carriles desafortunados para cumplir el comando de; al tiempo que atender, no dejarse, admirar y buscar al poderoso y con éxito, menudo dilema. Porque el machismo no es de los varones; ellos lo representan porque sus orígenes psicológicos y emocionales de crianza así lo impusieron, aunado a su naturaleza.

Es como una combinación desgraciada; “no mereces ni necesitas amor explicito ni atencion como tu hermana o pareja, tienes que cuidar y buscar el éxito a como dé lugar por lo tanto necesitas poseer para ser valorado y merecedor, además que ya cuentas con la dotación física e instintiva para hacerlo” No necesitas sentir, actúa con ojos cerrados, no seas débil, no expreses ni veas tu interior, eso es para las mujeres” Y todo este proceso es vivido en silencio; entre palabras, con la garganta entumecida y bajo el terror al fracaso y la anuencia crítica y mortal de la familia. Estudios muestran que la familia dispone más atencion y cercanía a las hijas, que a los hijos. Qué cansado puede ser.

Siguiendo con la mujer en el machismo, esta lo vive en otra posición tristemente complementaria porque así la formaron; entre la obediencia, las sobre atención, la incesante petición de comprensión-aceptación y su búsqueda de alguien que la conquiste (como lo fue en su familia) Ella lo hace desde dos polaridades, una de ellas es la tradicional que explícitamente alimenta la reproducción machista en el seno familiar. Esta mujer se reprime, se somete, respeta los estándares de poder y control dentro de la dinámica de la familia. No tiene que ser exponencial, es de fondo la situación. Porque, aunque sea inaceptable, esto es bien visto ante la sociedad. Es otro doble discurso social: “comprende, así es la vida; pero no te dejes” hasta que la rabia se acumula y se convierte en una aprendiz de guerrera con un sable de maestro en sus manos entorpecidas. A esto se está acostumbrado (a)

Así, dependiendo la etapa, esa mujer debe consentir y también sufrir sola y muy adentro, le toca cuidar, enseñar, alimentar, reprimirse, tolerar y mucho más. Pero como fiel seguidora va mostrando lo que se debe hacer para replicar el estatus: el hijo varón prepararlo para proveer y el poder, y a la hija a ser demandante y merecedora, pero al tiempo independiente e innecesaria. Porque a esa mujer así la criaron también, para servir y ser servida, sin conciencia, sin amor real, con un autoconcepto condicionado y frívolo. Apoyada en sus encantos y gracias sin darse cuenta de que, al igual que los varones, lo mas importante y trascendente lo tienen dentro de su ser, en su mundo emocional y mental y eso es lo que les asigna lo valioso que son. Así, también la preparan para hacer machos y machas, abandonándose a si misma y provocar esto en sus descendientes.

Otra postura que se puede identificar del machismo en la mujer es aquella que “lucha” frente al machismo puro. Es la guerrera temeraria que no muestra un ápice de flaqueza y en aras de esto es capaz de criticar férreamente, acosar, agredir y reaccionar ante cualquier amenaza a su integridad personal en cualquier dimensión, dirigida básicamente a los varones. Con mirada aguzada y vigilante es capaz de percibir el más mínimo intento de transgresión o imposición. Una labor inmensamente desgastante, porque también es vivida en soledad interna. Esta mujer también fue encaminada a la reactividad como camino de sobrevivencia y de forma similar, su interior fue domesticado y reprimido para cumplir otros fines alejados de ella. Fue otra manera de abandonarla, ella luchará y siempre luchará, sin descanso, sin remanso, sin abrazo. Cuanto amor drenado. La idea de la aportación femenina al machismo será abordada posteriormente, por ahora esto se propone como una visión más integral y complementaria del machismo.

En base a lo escrito y bajo esta perspectiva de enfoque, el machismo se observa como una condición emocional psicosocial donde confluyen ambos sexos que, dependiendo la etapa, rol y función va siendo gestado y expresado desde el interior hacia el mundo exterior del individuo.  No se puede dejar solo a los varones en esto porque para su conformación participamos todos, de inicio. Una madre pasiva reproduce y confirma lo mostrado por un padre dominante.

En sentido opuesto sucede algo similar y cuando los descendientes de estos se juntan entonces embonan, reproducen. Esto puede ser de forma muy radical o editada, pero esencialmente será lo mismo entre ambos sexos, solo que hoy las diferencias son de forma con las consecuencias adicionales de la dilución y translación de los géneros vividas en la actualidad.  Y de eso no se puede responsabilizar totalmente a los padres, ya que ellos también fueron limitados internamente, sin embargo, sí se puede responsabilizarlos de su falta de conciencia y amor para hacer algo al respecto y romper con esta maldición.

Pero, a pesar de lo anterior, afortunadamente en la actualidad se puede observar que muchos varones (las mujeres siempre) reprueban con más claridad el machismo y les han formado (o lo han hecho ellos mismos o mismas) en los principios de igualdad de trato y de derechos, solamente que la mayoría están radicalizados de forma tal que las características descritas del machismo las viven, pero mediante estas vigentes posturas llenas de racionalidad y datos “duros”. Aquí se puede vislumbrar desde el feminismo, la lucha por la discriminación y la diversidad sexual hasta la disputa por la democracia, los derechos humanos y la distribución de los recursos públicos.

Respecto a la sexualidad, aceptan la diversidad, pero lo hacen a ultranza y sin reparo. Todo debe aceptarse por la igualdad y los derechos y todo mundo tiene derecho a todo, incluyendo la promiscuidad y el arrebato, sazonado con las drogas, claro. Las mujeres pueden hacer lo que quieran porque son iguales, irónicamente quejándose de la instrumentalización de la que han sido presas. El sexo se ha convertido en un arma de control, manipulación e intercambio. Suena algo contradictorio e irrisorio, los varones conceden la igualdad, pero continúan abusando de su estatus y/o seduciendo-conquistando para acabar siendo presas de las maneras femeninas y temiéndoles. Al parecer se han quedado sin crecer por tanta ambigüedad y evasión simulada. Las mujeres en su libertad actual hacen lo que quieren por derecho, incluso usar su poder femenino para controlar.

Hoy son dos poderes en lucha donde alguien tiene que perder, al parecen están perdiendo por alternancias, unas queriendo ser como el otro y el otro queriendo dominarlas para contar con ellas. Otra batalla sangrienta, mientras que las mujeres que quieren amar sin necesitar, y ser valoradas en sí mismas se pierden en la refriega, los varones que quieren ser hombres se pierden entre tanto requisito estereotipado y existencial impregnado por las instituciones y la incompetencia familiar. Cuánto podrían hacer estos dos si se pudieran juntar sin el manoseo de quienes creen que saben guiarlos o quienes se consideran “mentores o mentoras”

Sobre la agresividad, aún siguen apareciendo los instintos arraigados frente a la frustración que pasan por procesos más intelectualoides por toda la información de la que hacen mano, pero la violencia aparece. El conocimiento, la academia, el estatus, vertidos mediante el discurso y la verborrea son el instrumento de uso para violentar, para desafiar a todos y a todo. Es otra forma más de imponer y someter, pero con jovialidad y desparpajo, sin frustración explicita.  Y ahora, es un medio que ambos sexos utilizan por sus “luchas”. Es una violencia reeditada, no hacen lo que sus antecesores, solo buscan lo mismo, pero desde el desdén y sobre el hombro.

Y por supuesto, ahora más que nunca el aditivo del machismo: la indiferencia juega un papel sumamente importante por todos los permisos, merecimientos y sobre cuidados que han tenido en su desarrollo tanto varones como mujeres. Les han mutilado la emoción mediante lo intocable e invisible. Los han dejado solos dándoles lo impensable, ahora tienen que cumplir con creces porque se les “dio” todo para el éxito. Con el desliz de no mostrarles el fondo y la forma para relacionarse con los otros armónicamente. Si, efectivamente tienen todo para lograrlo, pero igualmente a costa de lo que sea incluyendo su propia integridad, y como se tienen más recursos aparentemente hay que luchar más frontalmente.

En este formato actual de crianza tampoco se incluyó el machismo como un problema fundamental y básico que había que resolver. Los jóvenes no quieren el machismo, pero mantienen las posturas que lo replican, solo que con maneras alternas. Nuevamente, el éxito a costa de lo que sea, mentir, coaccionar, drogar, comercializar lo ilegal e indigno, manipular y hacer fraude. Sin duda habrá algunos afortunados y afortunadas que se les otorgo amor, valoración y conciencia que desarrolló sensibilidad. Eso es un cambio enorme que se debe reproducir.

Bajo una visión integral y, en consecuencia, no es polarizando ni mediante el radicalismo que el machismo puede terminar, se requiere principalmente de la conciencia profunda y honesta de todos en el mal que nos provocamos como respuesta frente a la emancipación de los abusivos e impostores y a las propias genuinas necesidades. La necia obsesión humana de poder y sometimiento nos ha cegado el corazón, mutilo el alma. No es una cuestión de saber, sino de sentir. Nadie (salvo los realmente de buena fortuna) nos mostró el camino de sentir de forma genuina y honesta, sin amenazas y chantajes. Nadie nos mostró que somos valiosos porque existimos, que no se necesita poseer ni seducir, ni conquistar, ni tener propósitos ajenos o estandarizados para merecer. Nadie nos mostró, desde el alma, que la lucha no puede ser contra nosotros mediante la crítica, la burla y la culpa.  Si somos iguales, debemos aceptar las diferencias y en base a eso aceptarnos y generar la capacidad de sensibilizarnos, valorar y amar.

El machismo se gesta con el rechazo implícito y sutil de nuestra naturaleza, inicia con la domesticación de quienes somos viciándonos de la basura estereotipada y el ímpetu de lucha bajo el trauma del inmerecimiento y la inferioridad. Y se expresa como el grito desesperado por tener los mismo méritos y validaciones. No se puede estar mutilando a los varones y drenando a las mujeres. La igualdad parte desde el seno y la caricia, desde la aceptación de la diferencia, y valorando las mismas cualidades esenciales humanas que entre los sexos las mostramos, afortunadamente, de formas alternas.

Como preámbulo conclusivo, es necesario construir una postura alterna frente a este mal tan profundo, pero no como una respuesta confrontante ni reactiva, sino que funcione como un antídoto y revulsivo que se incorpore desde el amamanto y los afectos. Esto es generando una procreación y crianza voluntarias, involucradas, activas, conscientes y basadas en el amar que valore y fortalezca las diferencias individuales, pero cuidando y promoviendo saludablemente las cualidades internas trascendentales que todos poseemos. Dejar fuera los prototipos y estándares dañinos e impuestos que ciegan a la ambición, el ansia de poder, la imposición y la represión emocional. Nos han condicionados los derechos de ser, y estos necesitan ser devueltos empezando por uno mismo.

Para los varones, como simbología a las tareas propuestas se sugiere hablar de “masculinismo” como el nivel de conciencia y sensibilidad que se represente en actitudes, valores, creencias y expresiones evolutivas que promueven lo dicho anteriormente: el antídoto frente al machismo. Para las mujeres, el explorar y reconocer que los varones al igual que sus iguales, poseen las mismas cualidades y necesidades trascendentales emocionales y significativas expresadas de formas distintas, el masculinismo puede servir de guía para besar con ímpetu de aceptación, reconocimiento y visión de igualdad cuando se trate de los afectos íntimos, las relaciones y la formación humana.

Este fenómeno emocional psicosocial ya ha generado un sinnúmero de guerras, luchas, menosprecios y muertes como para acrecentar la lucha frontal que se desarrolla en la actualidad. Y, como ha sucedido, continúan habiendo más muertes y desgracias. Aquí se considera que, para detener la barbarie que produce es necesario detener primero la gestación de este. Si se continúa luchando por contener el machismo basado en la guerra, se gestiona otra guerra más. Sería prudente empezar por evitar su reproducción y para esto es importante entender el fenómeno lo más posible. Este es el objetivo del presente artículo, no es consentir, sino ampliar la visión para ejercer una influencia inmediata desde los orígenes y aquellos padres que están en proceso de ejercer un dominio en sus hijos (as), inicien a buscar recursos serios y profesionales que les permita reposicionarse y hacer frente al machismo como un agente de enfermedad social que hay que prevenir, y no remediar.  El machismo es una enfermedad social, proveniente del trauma y domesticación humana.

Para concluir con esta parte del artículo, se considera que el machismo no está afuera de nosotros, sino dentro, colocado como guía de sobrevivencia y acomodación, por lo tanto, la solución no esta afuera, sino con cada uno de los humanos, solamente hay que ver hacia adentro y crear una “masculinización” no como símbolo del varón rehabilitado, sino como símbolo de la unión entre los sexos para prevenir y erradicar un cáncer anti evolutivo que ha causado muerte y sufrimiento hacia todos. Es unirse para procurar el bienestar de varones y mujeres y les sea posible vivir en armonía, respetándose y de forma sensible y fortalecida. Pues, como casi siempre, la comunión e interiorización irán de la mano con la capacidad de amar y ampliar el horizonte, porque cuando me veo empiezo a ver a la otra (o).