Segunda parte

Partiendo de la perspectiva propuesta en el artículo previo, se considera que el machismo no es una condición comportamental exclusiva de los varones, sino que incluye a las mujeres puesto que las acciones que lo representan son vivenciadas y utilizadas por ambos sexos solo que en distintas formas e intensidades. Al mencionar las acciones, se hace referencia particularmente a la vivencia sexual, agresividad, violencia e indiferencia mutilada (valemadrismo). Esta separación conceptual es relevante porque rompe con la asociación cultural: hombre-machismo y abre la posibilidad de plantearse la práctica machista desde esta tétrada: persona-relación-machismo-validación institucional, que son confluyentes en la reproducción de la enfermedad social (conceptualización del machismo del presente análisis).

Por lo tanto, desde el nivel individual y dependiendo la etapa de vida, rol y función a desempeñar, ambos; varones y mujeres aportaran lo necesario para formar, liderar y posteriormente validar la condición machista de vida, complementándose entre ellos para que esta NO se pierda. Hay que tomar en cuenta que el machismo también es parte del capital de identidad personal, familiar, institucional y nacional (patriótica), es una patología social reproducida similarmente a una transmisión viral, mediante el contexto de cercanía, sino es que como un proceso hereditario. El machismo es una condición que representa las sociedades. Y, aunque que ahora se lucha en contra de este, también este proceso se ha convertido en otra expresión machista ya que parte de posturas tristemente muy radicalizadas. No obstante, se comprende el hartazgo esencialmente de las mujeres e incluido alguna porción de los varones, que acaba siendo otra trinchera donde hay que luchar-imponer-violentar.

En este proceso de gestación del machismo, son las familias quienes portan los elementos esenciales. Desde los primeros tratos con los hijos e hijas van fraguando, algunas veces de forma inconsciente; cómo modelarlos, cuántas expectativas habrán de cumplir y qué pasará con las decepciones que se originen. Esto es muy complicado porque los padres desconocen sus propias historias desde el marco del trauma y su conciencia se encuentra viciada. A lo único que deciden recurrir es a su sentido común importado de sus generaciones anteriores y al legado social “lo que se dice que es bueno para los hijos” estos son datos similares, sino es que iguales, al rumor. De tal forma que se educa en base al conocimiento social y a las propias historias de vida. Modelo de deformación ya instaurado para el desarrollo social.

Empero, en la actualidad esta tarea se complica debido al exceso de información, estereotipos y diversidades. En el presente todo es indeterminado, pero inconscientemente se busca lo opuesto; lo sólido, lo tangible, lo confiable. Incluso el machismo, no es solo machismo, hoy puede ser micromachismo. Se ha confundido el respeto con la indiferencia y el temor. Ya todo es igual, lo diferente es lo naturalmente dado. Lo igual y aceptado es lo difuminado e ideológico, de manera tal que no se está en ningún lado solo en la lucha y en la búsqueda existencial. El marcar la diferencia es incomprensible porque es más fácil adoptar las ideologías reactivas para convertirse en ellas. Entonces la persona se pierde y se esconde, todo se vuelve lamentable y obsoleto. Pero habrá que recordar que la naturaleza tiene millones de años, no es posible que sea cuestión de tiempos. Esto como un ejemplo de lo necesario del respeto a lo permanente, a lo ecosistémico, aunque se adapte y evolucione.

Volviendo a la familia, cuando los padres empiezan a “educar” a sus hijos con sus dilemas y traumas, inicia el proceso de domesticación basado en sus expectativas conscientes e inconscientes (mayoritariamente estas últimas). Se domestica porque se interfiere en la naturaleza de los descendientes, apoyados (ambos padres y sus familias) en sus deseos y creencias y no en el reconocimiento y bienestar genuino de los hijos. Cuando los padres sostienen y cercan a los hijos los apropian, por ende, los dominan y se priorizan frete a ellos. Entonces sus criterios serán los válidos incluyendo por supuesto la carga histórica que eso conlleva.  Cabe aclarar que esos criterios se organizan en el espacio emocional creado, esto puede ser en el grado de involucramiento de cada progenitor y familiar cercano. Tómese en cuenta, que el daño se puede generar en el beso, en la distancia o en la ruptura.

En este trance relacional entre padres e hijas o hijos, se van haciendo referencias y experiencias de lo impositivo, lo violento, lo posesivo, lo lejano emocionalmente y lo manipulativo. Regularmente existe una muy condicionada expresión afectiva vertida en sobre protección o ayudantía. La madre posee a los hijos, asume que le corresponde la tarea con la anuencia del resto de la familia y la sociedad moralina. El varón también asume que su meta es proveer, aunque en la actualidad participe, sigue siendo la madre la poseedora de los derechos de formación. En esta primera disección los patrones se empiezan a verter, los amores dados con ingenuidad y apropiación por un aparte y la “colaboración” y el pago por el otro.  Ya se nota qué deberán hacer los hijos. A partir de ahí, el trabajo de la madre es estar y el del otro saldar.  Qué lejanía, que cansancio, aunque se viva “feliz” los anhelos vivientes les aquejaran en algún momento, y por ende; la fatiga.

Sin embargo, todo este proceso puede ser posible pensando romántica o ilusoriamente en el bien de los hijos, pero el daño de cualquier manera se genera porque esa premisa no les pertenece de origen y de fondo, es solamente un legado cultural y generacional sin lucidez. Pero, el no saber no excluye la responsabilidad. Es cierto que no se enseña a ser padres, pero tampoco a ser hijo o hija. Cuando se tiene en la mano y a potestad una hoja casi en blanco, lo propio es saber qué se hará con y en ella, qué trazo habrá de plasmarse y qué afectos habrá de proyectarse en ella.  De esta manera se va transgrediendo la configuración individual de los hijos depositando las semillas de cómo deben ser y qué deben priorizar. La inconsciencia de la inconsciencia.

Así, cada hijo respecto a su sexo tendrá sus proyecciones por cumplir y representar dictada por los progenitores y otros ascendentes; las niñas a ser bien vestidas con sus colores y vestimentas, aprender tareas de servicio y tener modales, pero también capacitarse en otras cosas para encontrar el éxito (ella necesita más). Que puede incluir a la pareja, además de no dejarse, sobre todo. Es hacerse valer y merecedora. Al varón se le instruye para atreverse y poder siempre, aguantarse incluyendo reprimir sus emociones, cuidar, proveer, competir (él necesita menos), y todo esto para también ser merecedor. Por lo tanto, ambos tienen la instrucción clara: con sus mandatos buscar el éxito (experimentar la sensación de triunfo estandarizado) a como dé lugar, hacerse merecedor viviendo en la experiencia de “tener el derecho”. Si es sirviendo y dejándose convencer; o si es proveyendo y conquistando. La indicación es a mostrarse independientes, aunque dependan, exitosos; aunque se desgarren por dentro y estén agotados. La mujer merece por ser y el varón merece por hacer, ambos irracionalmente. Sin considerar que ambos se merecen por esos y otros motivos.  De esta forma, difícilmente podrán encontrarse en disposición de armonizar juntos saludablemente. Para eso hay poca energía y juicio debido a que las demandas de aprobación y el juicio de las familias y sociedad son arduas y lacerantes.

Es interesante como esta aprobación y juicio se muestran simuladas, discontinuas, veladas bajo el marco de que se hace lo que se “quiere” con la libertad adquirida, sin embargo, al enfrentarse con la realidad cercana al mundo más crudo, sobre todo en la dimensión de las relaciones amorosas, ahí la situación se torna en otro sentido y los conflictos aparecen. No como los dilemas de pareja relacionados a desacuerdos y negociaciones, sino como enfrentamientos debido al miedo y la incompetencia para amar y darse, por el terror al dominio y el abuso. “Merezco”, pero en la desconfianza y la duda entonces exijo y demando. Sin embargo, cabe aclarar que no es una cuestión de evitar la ambición sensata o la superación, es que dentro del formato del merecimiento categórico se asume un derecho mandatorio e imperativo que les va descolocando al enfrentarse a dilemas de los afectos, de la moral y la ética emergentes del mundo real y a los daños que provocan, hasta que sucumben.

Así, la necesidad del mítico éxito parte de la implantación de tener el derecho irrestricto y del mandato de acotamiento. Se constriñe la existencia para asentar que, sin importar el gasto configurativo y emocional, el hijo o hija debe cumplir con lo incorporado, aunque en esa implantación se haya usado la imposición, cuando menos, si no es que la violencia.  De esta forma, para consumar la tarea, la dotación de recursos se centra en el sometimiento, la imposición y/o la idolatría. Por supuesto, todos ellos opuestos a la gestión de empatía y autoconciencia. Solo se va reaccionando automáticamente sin la viveza de la visión interna capaz de romper con lo impuesto. Para este momento, tanto varones como mujeres solo les queda el deterioro emocional y mental, la necesidad adictiva y el encantamiento de lo ilusorio.

Este es una parte del proceso generativo del machismo, el nacimiento estructural donde se instauran bajo la confirmación de los progenitores, los rasgos y estereotipos que condicionarán las ambiciones de los individuos en formación que saldrán a la calle a mostrar lo vivido y contrastarlo con la otra parte de su mundo que se encuentra en el exterior. Así de manera complementaria, el otro elemento esencial e indispensable dentro del restablecimiento y replicación del machismo son las instituciones que lo validan. Ya cuando la instrucción y los mandatos están incorporados en las individualidades mediante la familia, cabe consolidar el proceso y reproducción a través de otras organizaciones sociales. Esta reproducción implica por supuesto, admirar el dominio del poder e imponérselo a los otros. Es cuando se instrumentaliza la adoración y ambición del poder y/o posesión. Aquí lo importante es ser chingón o chingona, “tengo el derecho de tomar lo que merezco” lo que sea que esto signifique para cada uno. Sea de forma aristocrática o soez, discreta o proclamada. El asunto es ganar a los otros, incluidos propios y ajenos haciendo uso de todo el arsenal personal que consideramos tener y que según impusieron.

Bajo una perspectiva de desarrollo ineficaz, desde la niñez se trata desde no dejarse en la escuela, copiar, mentir, hacer lo menos y obtener más, manipular patológicamente, hasta el uso de la agresión y la violencia. Todo por cumplir su derecho mediante cualquier recurso aprendido, esto es lo que representa la indiferencia mutilada. Aquella que emerge del trauma e imposición. En palabras machistas sería el “agandalle”, el llevar la ventaja, ser el más listo (a) porque me vale madres, aprovechar la situación. “Que se chingue el otro u otra”. Sin embargo y de forma contradictoria, esto último es lo que la sociedad admira, si… insensible e ignorantemente admira. Concretamente, el que obtiene más haciendo menos y pasando por encima de todos encantadora o vorazmente, ese es digno (a) de reconocimiento. Esto es el desarrollo de la sociedad mediante las familias.

En este contexto, se hace referencia a las instituciones fuera de la familia. Son en estas estructuras externas donde se desarrollan otras dinámicas sociales (laborales, educativas, políticas, religiosas, comerciales, profesionales y de redes sociales) que bajo sus principios furtivos hacen valer la historia de las disfunciones familiares.  Dentro del ambiente, se desata la batalla por hacerse de algún estatus que reconozca el trabajo formativo y maduracional, e inmerso en semejante proceso no será ajeno desenvolverse dentro de las adicciones, la frivolidad y el pésimo manejo de la frustración mediante la explosividad o en su defecto; la represión.

En el proceso de la validación institucional del machismo, se pretende que quienes ingresan a las organizaciones deberán seguir los cánones establecidos. Hacer méritos, acaso “ganarse” un puesto, un aumento salarial, horas de trabajo o reconocimiento. En este trance, es común que las mujeres o los más vulnerables o discretos (as) se conviertan en carne de cañón para los varones aguzados y para las organizaciones (claro que no todos o todas, solo la mayoría). A pesar de que, en la actualidad, regularmente las féminas son vistas como iguales, la dinámica inherente al contexto laboral es seducirlas, incitarlas, alinearlas. Existe un ímpetu indomable por conquistarlas a ellas y domesticar a los otros (los vulnerables). Sin embargo, para algunas mujeres de eso se trata también, sacar partido de sus encantos y el poder que se les ha atribuido. Al final, es un acto de sometimiento entre los dos sexos, aunque sea tibia o simuladamente. El machismo, se lleva en la medula espinal de la sociedad sin el reparo del sexo, género, oficio o nivel socioeconómico.

En el concierto social, el discurso machista también pasa por “motivar” al empleado (a) para ser parte, estar siempre dispuesto a encimarse las políticas intrínsecas de las empresas que van angostando el camino para ser capaz de aguantar y demostrar que es “equipo”. En el tiempo actual, los varones son tan inclusivos que conceden la igualdad y las otras se posesionan de más derechos que pueden abusar en nombre de estos. Tan capaz es uno como la otra, ambos en estado de lucha, la diferencia es que es hoy es una batalla a campo abierto y sin receso. La mujer ya no lucha por sus derechos, ahora los impone y los manipula. El varón lo asume y matiza sus formas para seguir “conquistando”; a ellas y a todo lo demás que le satisfaga. Ambos desconocen que solo son utilizados por el prisma del poder y la avaricia cimentada en sus aparentes “derechos”, pero son aspectos que hoy se reconocen como signos de victoria sobre la opresión y desigualdad.  Que ironía, ahora hay más desigualdad, más violencia, más soledad y abandono.

Como se ha mencionado, en el mundo empresarial cada sexo hace uso de sus renovados bríos para continuar abrevando sus instintos. Los superiores guardan sus desacuerdos sobre el real emparejamiento humano suavizando y manipulando su discurso. Pero en el fondo continúan buscando someter a quien consideren y como lo consideren y lo peor es que los que se dejan conquistar también simulan, pero ceden porque saben que eso de fondo no ha cambiado. Se sigue siendo víctima de la necesidad del otro o la otra por cumplir su derecho pasando por encima de los demás. Y es magistral el desespero que todos son “gueyes”, todos se emborrachan y a ambos sexos les vale madres (estudios sobre consumo de alcohol muestran que hoy, las mujeres beben y se emborrachan más, proporcionalmente que los varones). Y las verdaderas capacidades, actitudes, valores que promueven hacia el desarrollo humano, esos continúan siendo poco valorados porque no representan el “coraje” de ser parte y perpetuar las dinámicas sociales.

Así, el empleado y empleada, capaz, honesto (a), serio, decente, no tiene cabida. Tiene recursos inútiles para las políticas organizacionales. Tiene que venderse, intercambiarse o desertar para mantenerse medianamente salvado en su interior. No cuenta con los alegatos y manipulaciones básicas ni tampoco sirve de mediador para los merecimientos de los otros, los jefes. Si se necesita permanecer, invariablemente habrá de cubrirse con la misma cobija y halo represivo. Habrá éxitos, pero el costo será brutal por la constante amenaza a la conformación personal. Todo se basará en la manipulación, la complacencia y la represión. Un camino apetecible será la simulación y el silencio.  Los que desean mantenerse salvos, les quedara estos recursos. Mientras que los y las machistas les restan la frivolidad, la queja y el victimismo.  Lo de afuera les ataca, por eso deben seguir manteniendo integro su derecho de merecer, que al fin de cuentas siempre habrá alguien que los acompañe y aplauda. Es el mundo machista vivido por ambas fronteras. El que somete angelicalmente, y el que admira el ser sometido por el poder que eso enviste y la habilidad casi maestra de convertirse en ambos.

A través de estas formas, el machismo va cargando una dotación de actitudes, creencias y posturas de vida que se hacen constituyentes en estilos de existencia. Habrá diferencias de intensidad como los descritos en el artículo anterior (el machismo radical y el desarrollado) (la mujer sumisa y la guerrera) pero llevan en su interior como plataforma sólida, la gestación de la violencia, imposición, radicalismo, manipulación, todo en aras del merecimiento inculcado.

Adicionalmente, algo más lamentable es que las mujeres también abusan de ellas mismas y hacen diferencia en cuanto al trato con los varones. Ellas también conquistan y buscan sacar ventajas. Así, la conquista del varón se convierte justamente en su debilidad. De tal forma que el sometimiento se vuelve vulnerabilidad para ambos sexos. Pero salen airosos, ambos se llevaron su dote de idolatría y logro para alimentar el egocentrismo del machismo como entidad social permanente. Llevarse los aplausos de haberlo logrado, poseerse uno al otro, no es un estatus fácil de ignorar. Aunque ambos sientan dentro de si que la mayor parte del interés fue simulado en ambos sentidos.

Por lo tanto, bajo esta perspectiva de análisis el machismo se puede definir como todo aquel acto de dominación basado en la configuración irracional estereotipada de merecimiento y derecho irrestricto, que es validada por la sociedad mediante el reconocimiento y la ostensión de poder. El origen de tal proceso se gesta en la familia como resultado de la domesticación del individuo en aras formativas y amorosas provenientes de los traumas ascendentes. De manera tal que se imprime los mandatos contradictorios de siempre buscar el éxito o triunfo a ultranza, por merecimiento mientras se le constriñe al incumplirlos. Esto le condiciona y cuando se enfrenta al mundo social, este le demanda el acatamiento, lo juzga y lo condena, pero al mismo tiempo le otorga reconocimiento y poder. Es como vivir en un mundo contradictorio, hacia afuera se comporta como instructivo, pero hacia adentro lo sufre. En el caso del varón; en silencio. En el caso de la mujer, mediante la sumisión, la guerra o la frivolidad y utilitarismo.    Y a eso le va denominando como “formación familiar”

Finalmente, como se plantea este análisis, el machismo es una enfermedad social que permea hasta el alma de la sociedad y todos sus constructos. Es vivir en el eterno permiso de saciar nuestras mas primitivas ansias e instintos con la venia del contexto y la dinámica social. Así, este ente bien puede verse como el tablado indispensable donde el abuso (de todo tipo), la violencia, el oportunismo y el menosprecio se fraguan y desembocan, dejando a su paso un campo infértil y lacerado donde los principios esenciales humanos y de convivencia se desmembran. Aquí se gestan todos los males que nos aquejan, cuando se impone en el otro (a) la frivolidad de pensar solo en si mismo (a) sin el más mínimo respeto por la integridad y los afectos. Se necesita humanidad, para encontrar el más genuino deseo y accionar que nos lleve a vernos como esencialmente iguales y tratarnos con los valores y emociones suficientes que nos lleven a crecer viéndonos a nosotros, en los otros.

Dr. Victor Mendoza Lara