Cuando se habla de consumir alcohol a menudo emerge la idea de pasarla bien, socializar y en muchas
ocasiones representarlo como el ingrediente esencial e insustituible para convivir. Sin embargo, además
de esto que es una cuestión meramente cultural y social, la verdad es que el consumo de alcohol ha
aumentado exponencialmente en las últimas décadas en México. En nuestro país, según los datos de la
Encuesta Nacional de Consumo de Drogas, Alcohol y Tabaco 2016-2017 y el Estudio sobre Consumo de
Alcohol en América realizado por la Organización Panamericana de la Salud del año 2019; se menciona
que en el 2017 el promedio de consumo de alcohol puro de la población fue cerca de 4.5 litros (algo así
como beber 280 latas de cerveza) pero para el 2019 la cifra aumentó a 5.0 litros (como 311 latas de
cerveza) esto considerando que una cerveza o bebida alcohólica contiene en promedio entre 12 y 15
gramos de alcohol.
Sin embargo, otros datos de la Organización Mundial de la Salud del 2022 muestran que en la actualidad
el consumo de alcohol en México es de 7.2 litros (seria como beber más de medio litro de alcohol puro,
cada mes). Pero lo más relevante es que de la población afectada, la mayoría son adolescentes y jóvenes
de 12 a 24 años. Individuos en desarrollo y formación los cuales, al iniciar el consumo, no pararan de
hacerlo hasta que la conducta se estaciona en la adultez como un patrón de ingesta de riesgo facilitando
el abuso y la adicción con todas las consecuencias nocivas y trágicas conocidas.
Pero, aunque estos datos son alarmantes, desafortunadamente es poco probable que signifiquen algo
relevante para la mayoría de los consumidores habituales ya que el efecto “catalizador y conciliador del
alcohol” en las dinámicas sociales no se sabe cómo sustituirlo o regularlo por parte de los individuos. Y el
elemento que favorece inmutablemente que esto se replique generacionalmente es la familia; para ser
validado posteriormente por la sociedad como sello de garantía.
La familia, la unidad social donde las personas viven e incorporan esquemas comportamentales
conscientes e inconscientes que repiten incuestionablemente. La familia otorga y la familia desprende,
pero desafortunadamente la balanza no es positiva y mucho menos justa. Básicamente porque la
ideología de la familia se crea y se consciente a sí misma sustentando que solo con serlo y/o existir, ya
está todo resuelto y solo emergerán de sus entrañas gestos y actos bondadosos, sabios y
bienintencionados. Las realidades son otras, muy distintas y distantes. La familia también enferma,
reduce, castiga e impone, nada más horrible que otras verdades.
Se ha mostrado en diversos estudios que las familias consumidoras habituales de alcohol reproducen
hábitos de consumo en los hijos, generan un clima emocional limitado, son laxas e inconsistentes en sus
patrones de relación y los estilos de crianza son confusos e inoperantes. Funcionan, es cierto, esas familias
funcionan, pero lo hacen de forma inadecuada, bajo criterios antagónicos donde impera la ambigüedad,
la simpleza y el disimulo. No es que esas familias sean malas, eso sería lo básico, sino que no saben y
esencialmente NO quieren saber cómo vivir dentro de parámetros de salud, desarrollo y, sobre todo; de
cambio hacia el bienestar.
El consumo de alcohol en adolescentes, como resultado de la dinámica originada en el contubernio de la
familia-sociedad e instituciones, se está incrementando incesantemente. Se estima que en México los
jóvenes inician el consumo de alcohol a los 15 aproximadamente, aunque otros estudios mencionan que
se empieza a beber desde los 12 años. El Instituto del Salud Publica de México, informa en su boletín del
año 2020 que solo en el año 2019 el consumo de alcohol en adolescentes fue del 22.5% en hombres y
26.6% en las mujeres. Esta es otra realidad, las mujeres adolescentes están consumiendo cada vez más
alcohol que los varones. Para posteriormente ir aumentando el consumo hasta la adultez, sobre todo en
periodos de borrachera como se observó durante la pandemia, donde las mujeres incrementaron su
consumo del 33.5 en el 2018 al 43% en el 2020 como lo evidencian los resultados de la Encuesta Nacional
de Salud y Nutrición llevada a cabo en el año 2020.
Este es el principio del escenario en el consumo de alcohol en el país, tal vez para algunos no sea
información basta para replantearse sus decisiones y la forma en que ven a su familia. Sin embargo,
cuando hay víctimas colaterales la situación merece cambiar. Cuando alguno de los padres “enseña” a sus
hijos a beber o favorece el consumo, concede el permiso para arriesgar sus vidas de muchas maneras, les
colocan en el camino de la falsedad, la simulación y el letargo.
Los adolescentes no necesitan rituales absurdos y auto punitivos que les enseñe a dañarse a sí mismos y
a distorsionar su auto imagen. Requieren experiencias de cercanía, de afectos, reconocimiento y de
valores para ver de frente la vida y ser capaces de mantenerse por sí mismos. Ya han vivido muchas
dependencias como para agregarles la cercanía de un monstro de tantas cabezas y con tantos poderes.
Piense sinceramente si lo que quiere para ellos, es realmente lo que les ofrece, o cuando menos si sabe
con claridad qué es lo mejor para ellos. Si lo desconoce, tal vez es momento de replantearse a sí mismo
(a). Posiblemente ese monstro lo tiene o la tiene poseído (a) como a la mayoría, y aun no se ha percatado.
Psic. Victor M. Mendoza Lara PsyD.
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Alcoholismo