Cuando vemos y sentimos el presente que nos arrastra desde el pasado, no queda nada, salvo este desenlace: La familia; “La vieja, la nueva, la mítica entidad de todos los perjurios y los prejuicios”
Aunque se desconoce exactamente el inicio de la familia como entidad social, actual, los estudios y análisis relacionados parten de la segunda mitad del siglo XVIII, aproximadamente. De estos se puede concluir que desde las primeras comunidades que se asentaron haciendo uso de los recursos naturales cada vez con más eficiencia, se buscó “organizar” la población con fines de mejorar el convivio y proveer un contexto donde se geste el desarrollo; en armonía (aunque la historia muestra que ese objetivo se ha cumplido de forma muy limitada, sino es que de forma contraria).
En el devenir de ese desarrollo en términos de auto eficiencia y desde una perspectiva sociopolítica y económica; los gobernantes, obviamente las religiones y las elites delimitaron la urbe creando una unidad estructurada llamada familia, como centro de organización social y de proveeduría para el crecimiento de la prole. Como un espacio donde se reproducirían al tiempo que otorgaban los medios necesarios para que las generaciones siguientes obtengan alimento, cobijo, seguridad y cuidados de forma más centralizada. A partir de ahí, había que “defender” a toda costa lo más importante: la familia
De esta manera, esta entidad se fue multiplicando y desarrollando, siguiendo, por una parte, los mandatos de sus funciones preestablecidas y por otra luchando por preservarse a sí misma dentro de sus propios descubrimientos de necesidades a través del tiempo. Así, las instituciones (religiosas, de gobierno, educativas y sociales) continuaron exigiendo y dando toda la responsabilidad a la familia de criar y crear el presente y futuro de la sociedad de tal manera que juntas, esas instituciones y las familias se fueron auto reproduciendo y alimentando hasta convertirse en origen y destino. Las instituciones determinan los mandatos y las familias los cumplen, así ambas están entretejidas creando seguidores capaces de cumplir con ambas a costa de una remoción emocional y humana casi innombrable. Los individuos nacientes tienen que obedecer las reglas de adentro y de afuera y los deberes se fueron haciendo cada vez más extensos y multivariados. Desde entonces empezó la ardua tarea de cumplir la sentencia de obedecer, aprender, trabajar, ganar y hacer una familia, hasta el infinito, sin verse. Y por más tenebroso que se vea, desde la perspectiva antropológica, psicológica, social, económica y política, no existe otra entidad social que pueda “cumplir” esas funciones, hasta ahora.
En ese trajín, son esperables los efectos psicológicos y psicosociales en las familias que la han desgastado y maltratado tanto, al punto que se han vuelto cada vez más frustradas, fatigadas, agobiadas y violentas. Consecuentemente, en esta vida condicionada los roles de cada integrante se han definido tan radicalmente que el respeto a los tiempos y las sensaciones más primitivas del individuo son casi imperceptibles, cada vez hay menos tiempo, deseo y energía.
Pero como todo ser vivo, la familia ha buscado desarrollarse para definir su propio destino, con poco éxito, pero no cesa porque realmente en sus entrañas “siente” que es el lugar donde toda persona debiera sentirse protegida, cobijada, abastecida y apoyada para crecer y materializar sus capacidades de forma libre. Pero no, esto no ha sido así, menos ahora frente a tanta batalla propagandista, idealista y muchas veces ocurrente. Nadie puede con semejante arrastre.
Consecuentemente y como parte de su desarrollo, esta unidad social (la familia) existe como un organismo con vida emocional, mental, social, cultural y trascendental propias, sin embargo, la constricción y arbitrariedad en su transformación la ha convertido en una fuente de esperanza miope y la génesis de múltiples contradicciones y traumas en sus integrantes, tanto así que les condicionan y condenan a la reproducción de sus sufrimientos más enterrados. Y, aunque muchas veces este devenir puede ser desarrollando sentimientos afectuosos, los desgarres emocionales vivenciados los arrastraran irremediablemente. Los futuros progenitores llegan a la crianza comúnmente entretejidos por el azar, la tragedia, desrazonados, o perdidos en sí mismos que lo que les provea la unión y generación familiar será bien recibido. No obstante, al cabo de los años, los hijos, demandas propias y ajenas empiezan a pesar y cobrar el saldo en contra.
En este recorrido es casi imposible que la familia no se autoflagele y que los descendientes no paguen el saldo de las “otras familias” y sus historias que les antecedieron gestando a sus progenitores. El daño colateral son fenómenos como la violencia, la adicción, el abuso, la represión, el control, la frialdad afectiva o el desamor, y paradójicamente todo se enmarcará en las buenas intenciones y en que se hizo todo lo que se pudo. Los brazos que arrullaron generalmente cobrarán como les enseñaron a vivir: con el poder de la procreación y la consecuente desconexión de los afectos libres. Los hijos van colgando de hilos interactivos y emocionales tan anchos para afuera, tan angostos y frágiles hacia adentro.
Y es impresionante, como esta unidad viviente otorga la vida tanto como la quita en el diario devenir entre sus relaciones y sus controles. Por un lado, es capaz de mostrar el cielo engañoso en rosa, ese que encanta (como los padres que “viven y sufren” por y para los hijos), pero por lado otro puede presentarnos el infierno de primera mano y con tanta sutileza que también encanta (como los padres que cobran descaradamente y ningún hijo los merece). Para después quedarse acartonado, inmerecido, limitado dentro del campo de los anhelos y los deseos más íntimos a los que todos buscamos acceder.
Y como magia ese proceso se replica con nuevas generaciones, solo que con valores añadidos. A medida que pasa el tiempo hay que seguir luchando por cumplir las funciones vitales para lo cual fue creada añadiendo la confrontación contra más dilemas ideáticos “vanguardistas”, fenómenos psicosociales, instituciones corruptas y promesas sin cumplir. Es un flanco muy difícil de hacerle frente, no hay recursos internos suficientes que basten.
Los creadores de familias y las instituciones que tanto les comprimen, se les olvida considerar que los individuos que la componen también existen y son importantes, ¡¡todos!!, niños, niñas, adolescentes, mujeres, varones, ancianos, definidos e indefinidos, tanto como los progenitores mismos (hay investigaciones que muestran la preferencia de los padres por alguno de los hijos o hijas, evidenciado en el trato o atencion hacia ellos) que ya es momento de darles aliento y aceptarles que no se puede cumplimentar todas las indicaciones y que merecen una ayuda honesta que les permita curarse y evolucionar para afrontar sus dilemas de adentro esencialmente, y de afuera.
El querer, a rajatabla que las familias resuelvan todo haciéndoles tragar sus sufrimientos e incapacidades; ¡idealizándolas !, no solo no ayuda, si no que estorba para su crecimiento y sanación. No puede reproducir seres estables si no es capaz de asumir las falencias que les aqueja. Nadie puede estar en condiciones para acompañar a la formación de otro ser humano, si no parte de la honestidad de sus estados emocionales y sus demonios. Ahora, todos ven y saben cuándo la familia está consumiendo paulatinamente las entrañas de sus integrantes, pero se les permite callar, ser uno solo con el clan, y esto cierra toda posibilidad de cuando menos ventilar las agonías que se viven.
Las familias requieren de otras aspiraciones, algo que le acerque a dimensionar la importancia de lo que hacen y el daño que provocan, y no es “haciendo lo mejor” o “así me enseñaron” (como indican los cánones discursivos comunes), es porque hacen lo que quieren y/o creen que deben hacer y eso, ya es irresponsable y falto de amor. Por favor, a nadie enseñan a ser padres, es cierto, pero tampoco a ser hijo, son los “adultos” quienes tienen la responsabilidad de verse a sí mismos he identificar qué se está haciendo mal, qué produce infelicidad… qué provoca dolor de lo que hacen; y buscar solucionarlo.
Así, gestar a una familia NO es cuestión de sentido común, NO está dado por naturaleza, además de que el procrear NO capacita para ser padre o madre y menos para ser eficiente, especialmente en estos tiempos con tanta carga histórica y sociocultural violenta y exigente. Esta es una labor que se debe asumir con conciencia y deseo de hacer el bien partiendo de uno mismo. Nadie puede salir solo e ileso de una vida atribulada, esta siempre deja secuelas y esas hay que curarlas, es lo mínimo responsable para atreverse a procrear y a relacionarse con otros u otras, independientemente de los afectos o deseos.
Bajo este prisma, ciertamente hay progenitores; hombres y mujeres que nunca debieron serlo, que ni siquiera supieron medianamente si querían serlo o no, solo siguieron sus instintos, sus traumas o rabias contenidas y en ese trance han sido capaces de las más viles bajezas y daños a sus descendientes. Y estos son los radicales, pero hay otros que consignan a la sociedad sometiendo y violentando a “cuenta gotas”, en lo obscuro, en el secreto de las paredes, con las otras familias y las instituciones como cómplices, y así se va sobreviviendo a los traumas desde la manipulación hasta la muerte emocional y el desequilibrio. Es desgarrador el desenlace, la psicosis que se vive actualmente no es venida de la nada ni por algún mandato divino, fue y ha sido creado por todas las familias.
Sin embargo y pese a todos los abusos vividos históricamente, hay familias que buscan estar bien, que sienten que hay algo que les ahoga y desean, sea por fatiga, desespero o anhelo; vivir por sí mismas. A estas habrá que agradecerles y reconocerles que algo muy valioso están entregando a la sociedad y la cultura. Aquellas que son capaces de verse a sí mismas para poder ver al otro con amor y empatía, quienes desean desde el fondo del ser que los demás estén y sean mejores, a esas familias hay que honrarlas.
Afortunados los hijos de esas familias donde los padres no se conformaron con ser progenitores y/o proveedores, que no se dejaron vencer por los impulsos, el placer inmediato o los estereotipos vulgares; y los otros hijos que se rebelaron frente a la pasividad de sistemas traumatizados (las familias son lo que proveen, no el perfil social o ideológico de los integrantes). A estas familias es indispensables alentarlas, respetarlas y darles todo el apoyo que merecen porque ahí están los verdaderos héroes (hombres y mujeres, mujeres y hombres…. seres humanos capaces de amar, sin importar nada más que el ser personas y el querer hacerlo desde adentro, con el corazón y la convicción. No es la estructura o tipología de familia lo relevante, sino la cualidad en sus funciones.
Y sensatamente, dentro de un marco de modestia y honestidad, si en su familia se viven experiencias de sufrimiento e infelicidad, seguramente el trauma interno presente o pasado está mostrando los síntomas. No permita que la soberbia, las creencias o los patrones sociales y culturales vulgares le coarte la posibilidad de ser plena (o) y feliz, y de serlo para otros. Atrévase a resolverlos, esos son problemas clínicos relacionados a la disfunción de la salud psicológica familiar. Reconózcase y piense bien cómo elije vivir, porque tal vez sea la única guía y esperanza que alguien tenga para vivir. El amar siempre inicia con la voluntad y la decisión, aunque sean inconscientes. Victor Mendoza Lara, PsyD.
La familia, necesita urgentemente aspiraciones distintas, revaluarse y ser capaz de ver sus dolencias internas y sanarlas. Ampliar sus propios recursos y hacerlos válidos, hasta que nadie se sienta solo en sus dilemas.