Cuando vi y escuché por primera vez esa escena de miedo vivida por Joaquín (un púber de 11 años), por un momento pensé que se trataba solamente de una ávida e ingente creación de la fantasía del escritor o del guionista. Pensé que, como una muestra de un don otorgado por el destino, alguien había vertido sus mejores recursos imaginarios y escribió esta escena. Pero no, al poco tiempo de atestiguar ese dolor y angustia venidos desde el fondo del alma y del ser me percaté, por más que quise huir, de que esa escena de muerte lenta y sufrida venia del mundo real. De la realidad de los hombre y las mujeres; de una de las realidades, las que aterran y paralizan…….. venía de la violencia terrenal.
La escena en mención proviene de una película que hace alusion a la violencia familiar, donde parece un joven golpeado postrado en la sala de un hospital con algunas costillas rotas, un ojo amoratado, el cuerpo contracturado, la cara de terror y de súplica y la mirada…. esa mirada que deja sin aliento. Es una mirada con angustia, dolor profundo, con rabia y agotamiento flagelante. Una mirada como la de millones de personas que abundan por el mundo y por el país y que pasan desapercibidos para la mayoría de la sociedad ocupada con la innovación, el tener y consumir o en pocas palabras, entretenida buscando el éxito y lo establecido por los otros que dicen qué y cómo deber ser la vida y los intereses. Es decir, transitando la existencia con los ojos cerrados pero leales a los mandatos establecidos.
Para acotar la pauta, si el tema a tratar fuera parte de una novela podría iniciar de esta manera solo para amortiguar la condición de ahogo que genera hablar de la violencia como un fenómeno tristemente humano, sí; humano, aunque a algunos pocos individuos les pueda parecer contradictorio a la vida e inaceptable. Hablar ahora de la violencia es como hablar de un hecho que acontece, que pocos desean, que todos reprueban, pero ambos grupos forman la complicidad que la reproduce.
Criticar la violencia es una verdad a medias, una verdad vulgar y soez enmarcada en discursos maquillados de queja y moralismo desde todos nos estratos y niveles imaginados. Convivir en este contraste ya no es vivir en una doble moral, sino en posturas inmorales carentes de todo sentido de vida y de buen convivio, son actos ausentes de algún valor incipientemente humano. Vivimos en una sociedad irracionalmente violenta, desde las instituciones hasta las familias incluyendo los noviazgos y las parejas ya establecidas. Y qué decir de los gobiernos y la seguridad pública, no hay escapatoria alguna, vivimos presos siendo al mismo tiempo víctimas y verdugos de nuestras propias contradicciones y miedos.
Para variar, aunque desafortunadamente las encuestas actuales se declinan cada vez más por la violencia hacia la mujer, existen datos que muestran la brutalidad de los resultados en lo relacionado a la violencia dentro de la familia sin particularizar en el sexo o parentesco. Según el Sistema Nacional de Seguridad Pública (2021) las denuncias por violencia familiar hechas del 2019 al 2021 se incrementaron de 83 mil 914 a 106 mil 103, aumentaron cerca del 28% en solo dos años. Pero ya para enero-febrero de este año (2023) en México se llevan 43 mil 565 de carpetas de investigación relacionadas al tema como lo indica la organización México Unido Contra la Delincuencia (2023). Casi 26 mil denuncias más en comparación al mismo periodo en el año 2021.
En otro informe del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNISEF) del 2019 se describe que en México 4 de cada 10 madres y 2 de cada 10 padres les pegaban o les habían pegado a sus hijos o hijas. Donde, además fueron los niños y niñas de 3 a 9 años los más afectados por la violencia psicológica que ejercieron en ellos, los padres. Pero si esto lo comparamos con otros análisis las cifras son mayores.
Adicionalmente, en este país la población más vulnerable son los adolescentes de 12 a 17 años que forman el 80% de las personas atendidas por violencia familiar en el 2021 como lo muestran los registros de personas atendidas por lesiones por la Secretaria de Salud en México, mostrando un incremento del 45% con relación al 2020. Y posteriormente son los mismos adolescentes los que la ejercen, fundamentalmente violencia psicológica, principalmente las mujeres adolescentes hacia la madre seguida por los hijos varones. Para en el noviazgo, replicar la violencia como lo evidencia la Encuesta Nacional Sobre Violencia en el Noviazgo (2023) que estima que el 76% de las adolescentes de 15 a 17 años sufren agresión en sus relaciones de pareja. Sobre estos resultados, es necesario considerar que la mayoría de los eventos violentos no se denuncian ya sea por miedo, terror, resignación, impotencia o esa horrible sensación de abandono vivida por las víctimas, por todos y todas las instituciones que deben protegerlas incluida, evidentemente; la familia.
La familia reproduce la violencia y muchas veces pasa; o inadvertida mediante la sutileza del maltrato o abuso cotidiano o normalizada minimizando el acto como parte de la “educación” o de la función parental socializada. Es como si ser padres o adulto diera el derecho y la capacidad de hacer lo que se quiera o crea conveniente solo por el deseo propio o por el “bien” de los más vulnerables o los que “no saben”. La otra verdad es que la violencia es un acto que “desaparece al otro”, lo hace invisible, lo hace carente de valor justo para ser tomado en cuenta como lo que es: una persona igualmente valiosa como lo es el “adulto que educa o cree que educa”.
El acto violento rasga el corazón y estruja el alma dejando huellas que duran toda la vida si no son atendidas, y estas marcaran la vida emocional y de relaciones presentes y futuras de la persona violentada. Y el daño es para todos; él o la que violenta, quien es violentado (a) y quienes son testigos. Todos van perdiendo algo de adentro mientras sobreviven como pueden dejando restos de vida en el intento de forma tal que en la adolescencia y adultez solo les queda la rabia de defenderse, la frialdad en sus afectos y/o la resignación de sobrevivir.
La violencia no es ni debe ser una cuestión ideológica, política, incidental o dramática; es una condición clinica que genera afectaciones serias a los individuos en la dimensión emocional, psicológica, relacional y con nefastas consecuencias sociales. Cuando usted, en sus interacciones, sienta que perdió el control de sus actos y ve en su interlocutor una reacción de desconcierto, miedo, abatimiento o huida; deténgase. Muy probablemente ha golpeado el corazón y el alma del otro y las secuelas generadas serán difíciles de solventar. Y eso, eso no es ni será amor jamás.
De la violencia se rehabilita y se sana, y eso sí es una muestra de amor para uno mismo y para las personas queridas; atrévase a querer aun con el miedo de dejar de ser quien es.
Psic. Victor Mendoza Lara, PsyD