La sexualidad es una manifestación más de nuestra personalidad, abarca dimensiones físicas, psicológicas, afectivas, socioculturales e interacciónales. Como parte de la identidad, se encuentra asociada a la mayoría de los comportamientos y actitudes que vamos desarrollando e incorporando durante toda la vida. Por lo tanto, implica mucho más que la actividad, la preferencia o la expresión sexual. Es una gama multidimensional de aprendizajes, pensamientos, emociones, necesidades y contradicciones, muchas de las cuales tienen que ver con lo que consideramos que somos, según nosotros mismos y según los demás; esas personas con quienes convivimos y que son capaces de confirmarnos o no, nuestra percepción personal.
Por lo anterior, la sexualidad tiene más relación con la identidad, aceptación, respeto y valoración individual, que con la cualidad orgánica. Evidentemente que el cuerpo es la estructura que condiciona esta dinámica humana y es indispensable que se encuentre en condiciones que garanticen un funcionamiento armónico, y es por lo tanto determinante el cuidado y responsabilidad que se tenga con él. Pero también es posible cuestionar dónde puede iniciar el desarrollo y procuración de una sexualidad sana: en el mantenimiento saludable de nuestro cuerpo o en la generación de pensamientos y concepciones mentales de autoprotección basadas en la confiabilidad, trato amoroso y consolidación de nuestras relaciones. Ambas tienen su nivel de influencia y efecto independientemente de nuestra condición física.
En otro aspecto, hablando cobre la condición física, la obesidad, como enfermedad se ha asociado a alteraciones metabólicas, hormonales, alimentarias entre otras, originando un deterioro del estado general de salud. Pero además también conlleva implicaciones psicológicas y sociales, que posiblemente sean de mayor trascendencia ya que mantienen el patrón inadecuado del estilo de vida. Estas implicaciones son entre otras; una distorsión respecto al auto concepto y autoimagen, incapacidad en el manejo de las relaciones afectivas, inadecuación social y dificultad en el funcionamiento sexual, condicionando la calidad de vida.
Así mismo respecto de la vida sexual, además de la capacidad de disfrutar la función reproductiva con responsabilidad y procurar una vida libre de enfermedades; experimentar una sexualidad sana implica que la persona pueda expresarse libre de culpas, miedos o vergüenza. Y es ahí donde el efecto psicológico de la obesidad establece las limitantes para generar una manifestación libre, placentera y adecuada de nuestra dimensión sexual.
La imagen y apreciación que se tenga del propio cuerpo, contrastada con las percepciones externas, mediadas por las demandas socioculturales hacen que constantemente nos enfrentemos al dilema de agradar, a limitarnos o encontrar un punto de equilibrio que nos permita establecer medios de control idóneos para conciliar todo el cúmulo de miradas que son necesarias agradar sin caer en la indiferencia o el abandono. La obesidad, fortalece la distorsión que se tiene de sí mismo (a), por una parte, la persona no desea serlo, pero por otra lo acepta. Se vuelve complicado querer y cuidar ‘algo’ que no se ve bien y por lo tanto éste va perdiendo valor ante la mirada atónita de la persona misma. El cuerpo se percibe inapropiadamente y se crea una imagen pobre, perdiendo la aceptación y el respeto de sí mismo volviéndose presa de reacciones impulsivas. Y así, es difícil establecer si es la autoimagen quien mantiene la obesidad o es lo opuesto. Aparece la culpa y la vergüenza, por la imposibilidad de éxito en el auto cuidado y en consecuencia el miedo al rechazo y a la libre expresión personal.
Para disfrutar y vivir la actividad sexual es necesario, de inicio, sentirse aceptado, valorado y recibido por uno mismo y por el otro, con respeto. Se deben experimentar sensaciones placenteras carentes de ataduras personales o míticas, donde exista la correspondencia física, emocional y psicológica. Para la persona cuya estimación propia es inadecuada, como en algunos casos de obesidad, es difícil establecer relaciones afectivas íntimas donde se generen estos estados de satisfacción. Su concepto personal limita el sentir placer y a generarlo para el otro, pues comúnmente no se ve a sí mismo (a) como atractivo (a) y deseado (a), ya que asocian la obesidad con su imagen corporal y con estereotipos sociales de delgadez y belleza. Aunque no es en todos los casos, este proceso es habitual y por lo tanto influye en la satisfacción de la actividad sexual.
Sin embargo, todos estos procesos psicológicos se organizan y fortalecen en la infancia y la adolescencia. Es la etapa de la reestructuración psicológica y de la identidad personal y sexual. Cualidades relacionadas con la autovaloración y aceptación de sí mismo (a), deben generarse en un contexto libre de manipulaciones, condicionamientos y amenazas. En un espacio donde la comunicación sea amable y amorosa generando confianza y estabilidad. Para de esta forma gestar que las personas se amen y se cuiden, y no teman vivir y disfrutar. Y esto se transforme en un estado permanente de valía personal capaz de proveerse placer y darlo a otros de forma libre, responsable y en acuerdo de estimación. Para finalizar, es probable que las personas obesas vean mermado su funcionamiento sexual, sin embargo, en cuanto se decidan a fortalecer su funcionamiento personal y contextual, serán cada vez más aptas para vivir una sexualidad placentera y afectiva acorde con una imagen corporal más armónica y deseada sin que la obesidad lo condicione.