EL DAÑO COLATERAL DE LA DINÁMICA FAMILIAR, SOCIAL E INSTITUCIONAL; TÓXICA:

La violencia escolar, se describe como toda agresión realizada dentro del ambiente de las instituciones educativas. Esta agresión puede ser física, verbal, psicológica, sexual, cibernética, patrimonial, económica o social; cuyos involucrados pueden ser alumnos, padres de familia, maestros, directivos y administrativos (Secretaría de Gobernación, 2020).

Habiendo dimensionado el término y situándolo en la habituación y contemplación social actual, vergonzosamente en septiembre de este año el periódico El Heraldo de México mostraba entre sus titulares: “Fiscalía de Sonora indaga agresión con arma blanca en contra de un alumno del CBTIS, hay cinco estudiantes detenidos”. En León Guanajuato, por el mes de mayo del mismo año se informó que había una denuncia contra un alumno por amenazar con un cuchillo a su compañera de primaria, si… de primaria (le colocó un cuchillo en el cuello). Para variar, según el diario MILENIO, en el estado de Nuevo León durante el ciclo escolar 2022-2023 se registraron 389 “situaciones” de violencia escolar.

Así se podría continuar describiendo experiencias de violencia escolar identificadas y estudiadas desde los años 80´s hasta la actualidad a lo largo del país. El resultado es que actualmente, para organizaciones internacionales como la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) México continúa liderando los casos de violencia escolar en educación básica. Esa organización estima que en este país el 70% de los alumnos de estos niveles sufren violencia en sus escuelas. Otra organización que estudia la violencia escolar afirma que, entre el ciclo escolar 2022 y 2023, México fue el país con más casos con 270,000 seguido sólo por Estados Unidos y España.

Todo lo anterior, sin que vislumbre alguna solución posible a corto o mediano plazo. Bueno, ni siquiera que se muestre alguna alternativa viable pues no es evidente que a la sociedad y ni a las instituciones les importe seriamente.  Les afecta, eso sí, pero no les interesa resolverlo. Parece que desean que la situación sea resuelta externamente o en su defecto que la solución no les responsabilice e involucre activa y voluntariamente a ellos.

En una visión de análisis, la violencia como fenómeno psicosocial se gesta y desarrolla en los contextos más íntimos de los individuos; inicialmente en la familia. Es ahí donde se incorporan las formas de afrontamiento y de relación, es donde se experimenta el manejo y expresión emocional pero también es el ambiente gestante para la mayoría de las incapacidades, dolores y traumas que se ven reflejados en un disfuncional manejo emocional y de las experiencias inapetentes en el transcurso de la vida.

Sin condescender, no se trata de culpar a la familia, sino de reconocer que por naturaleza son la primera influencia para las personas y que las fracturas internas mostradas por los progenitores y las familias de origen se reflejarán irremediablemente en los descendientes.  El procrear no valida o atribuye la prestancia para desempeñarse eficientemente como madre o padre, no importa lo poderoso (a) que se crea ser, las heridas siempre se manifiestan. Por lo tanto, existen crianzas inadecuadas y tóxicas que lesionan el desarrollo saludable que se evidencia también en el convivio extrafamiliar, como el escolar. Por ejemplo, una investigación realizada en escuelas secundarias del noroeste de México identificó que alumnos cuya crianza de los padres incluyó apoyo emocional, cohesión familiar y gestión de la comunicación, no cometieron actos violentos en la escuela.

Contrariamente, en otro estudio llevado a cabo también en escuelas secundarias se mostró que, en las familias conformadas por hijos e hijas, son estas últimas las más favorecidas en cuanto a la formación y educación, estas reciben más acompañamiento y atencion que los hijos varones. Este es un escenario primario donde se empieza a vivir la diferenciación, el desplazamiento y la exclusión personal, hablando de la función familiar.

Sin embargo, de forma complementaria y cronológicamente ordenada, la otra institución que influye y expone el trabajo realizado en la familia; es la escuela. Lugar donde se inicia a potenciar las capacidades y habilidades incorporadas, mediante la exposición a otro tipo de vida social, a la “instrucción y el aprendizaje”. Los alumnos experimentan nuevos retos, conflictos, demandas y en todo ello va impreso como un sello indeleble el contexto educativo en su totalidad.

El escenario escolar, es donde los alumnos se exponen con relaciones nuevas que tienen objetivos diferentes a los ya conocidos por ellos. Es el lugar donde, proporcionalmente, el alumno va mostrando sus recursos personales ajustándose, conociendo, pero sobre todo experimentando e incorporando nuevos esquemas de juicio, pensamiento y conducción emocional y social que se traducen en procesos adaptativos. Y en esa plataforma experimental confirmatoria, todos los agentes son responsables e influyen de formas inimaginables. Desde los propios alumnos y maestros con sus dinámicas personales, hasta la estructura institucional y la comunidad que alberga la escuela, obviando a las familias del alumnado. Todos ellos con sus historias de vida, que les condiciona y guía.

En un acto violento escolar, no se trata del agresor y el agredido solamente (ambos con sus dilemas existenciales), como lo muestran los estudios que evaluaron la efectividad de los programas para mejorar el clima escolar en México (2020). Los resultados indican que, en una experiencia violenta, la atencion de los maestros se centra básicamente en los personajes directa y activamente involucrados (es obvio que las estrategias no han funcionado). Falta incluir al resto de los agentes que componen la comunidad educativa.

Un acto violento dentro de las instituciones escolares muestra la cualidad del clima relacional y los principios de la convivencia. Ese clima social inicia desde las primeras interacciones ingresando a la institución, hasta la forma en que se prestan todos los servicios, incluyendo la invisibilidad y desamparo con que viven algunos alumnos (as) y sus familias al “pertenecer” a la escuela. El proceso educativo no acaba por aceptar que el personal, iniciando por el maestro, son esenciales e indispensables en el moldeamiento de las relaciones y expresión de los afectos negativos y positivos, que son ellos quienes muestran y/o validan la trascendencia del acto violento frente a la promoción del convivio armónico y pacífico. Así lo confirma un análisis llevado a cabo en el año 2020 en escuelas secundarias sobre el impacto de la percepción de violencia, clima escolar y convivencia. Donde se mostró que aquellos alumnos que no han vivido experiencias de violencia tienen una opinión más favorable acerca de las relaciones inclusivas, democráticas y pacíficas, en oposición a los alumnos que sí han sido violentados.  Las escuelas no pueden seguir siendo “apaga fuegos” discrecionales de sus propias inconsciencias.

El maestro (a) que humilla, invisibiliza y/o se impone, el prefecto que rumorea y persigue, la secretaria (o) que posterga, ignora y favorece, el directivo (a) que hace uso de su poder simulando y evitando ver y resolver los problemas de fondo, los padres de familia que exigen mediante la imposición, la amenaza y el chantaje, los maestros que entre sí se violentan, confabulan y golpetean, la comunidad que mediante la efusividad y el cuento acaban por confirmar el acto, la institución que promueve el favoritismo, la indiferencia y politiza la función educativa generando frustración. Y las “otras instituciones” que reiteradamente materializan el abuso, la precarización y el desamparo. Todos tienen una injerencia y responsabilidad en cómo se ha vivido la violencia hasta ahora: como una parte inherente al estilo de vida escolar y social. No consideran que en todos los espacios se puede construir y experimentar la violencia, la diferencia son los detonantes y los escenarios.

Todos estos agentes han desarrollado la capacidad de convivir con la violencia como ingrediente de todas las relaciones. Parece que consideran que esta sólo se muestra cuando es física y explicita, ¡no!, la violencia es mucho más que eso, la violencia se está fraguando y consolidado dentro de las propias instalaciones. En el discurso y convivio de todos los participantes y en todos los espacios, ya que se cristaliza cuando las personas empiezan a vincularse con sus traumas y percepciones mediatizando el aprendizaje, la formación y las supuestas oportunidades para la vida que otorga la escuela, en este caso.

Actualmente, la violencia ya no es cuestión de mostrar la superioridad de algo, ya no es solo del más fuerte al más débil de manera unidireccional, ahora es más caótica porque el asunto es humillar y desafiarlo todo y a todos al arbitrio. Los derechos y privilegios otorgados son armas que se usan para demeritar y descomponer la imagen del otro (a). Entonces el más “frágil” reta lo establecido difuminando las figuras y lo que representan. El hijo (a) abusa de los padres, de los maestros y de todo lo que implique autoridad y todos se convierten en víctimas y verdugos en distintos momentos. Los “menores” están enseñando a la sociedad a temerles, es desafiante tratar de colaborar en su formación.

En la escuela, los alumnos van representando lo que han ido recibiendo: un ambiente caótico y desordenado. Han recibido el mandato de vivir evadiendo y ganándole a los demás, sacando ventaja de todo y de todos. Están devolviendo el favor a todas las instituciones que los formaron, antes y ahora. La escuela ya no puede hacer esto, y la sociedad ya no puede permitirlo ni secundarlo.

 

Todo el sistema educativo, partiendo de las escuelas (de nivel básico, sobre todo) debe promover valores y actitudes que abonen al desarrollo estructurado e integrado de los alumnos. Por ejemplo, el respeto y seguimiento a los padres, pero no están en condiciones propias de tal encomienda, sino que es a la inversa, hacen uso de ideologías progresistas y ocurrentes que hacen imposible que eso ocurra. Pasan de largo que los valores vivenciados dan cimiento y son fronteras donde los alumnos tienen posibilidades de sentirse orientados y en autocontrol.

Pero existe otro problema peor, los padres de familia difícilmente están en condiciones de realizar la tarea ya que son indispuestos para verse a sí mismos y desempeñan sus labores parentales desde la evasión, la imposición o la simulación haciéndose “amigos o compañeros (as)” de sus hijos (as). Los hijos (as) NO necesitan padres como amigos (esos ya los tienen o tendrán) necesitan personas adultas-sanas que los guíen y les muestren cómo desarrollarse, convivir y resolver problemas eficientemente. Los resultados están a la vista.

En la violencia escolar vivida en los niños (as) y/o adolescentes, las secuelas son brutales. Se debe entender y dimensionar, que esas experiencias minan sensiblemente la integridad psicológica, emocional, social, la identidad e incluso la vida en algunos casos de acoso. Y como se observó anteriormente, toda la sociedad es responsable, incluyendo los medios de comunicación que la difunden y parafrasean con fines de lucro, conveniencia y morbo.

Acotando, si bien es cierto que la detestable semilla de la violencia (o sus componentes esenciales) se va sembrando en la familia, el resto de los ambientes de desarrollo y formación contribuyen de formas más elaboradas o estructuradas de tal manera que entre todas han colaborado y la violencia se ha estacionado como un rasgo social y cultural.

Se ha aprendido a interactuar con ella, a ser partícipe de su generación mediante el atestiguamiento, la complacencia, la fábula y la simulación. Se ha logrado merecer el “valor” de criticarla y juzgarla, pero siempre hacia afuera, como un ente que existe de la puerta hacia el resto del mundo, como si la tragedia fuera excluyente de la realidad propia. Alguien, desconocido, ha otorgado el permiso para violentar y dominar a los de adentro, pero con intenciones formativas, educativas, instructivas y motivacionales, incluso por instintos amorosos y bajo deseos encomiables. Se tiene el permiso de destruir y deformar vidas sin el más mínimo reparo o conciencia del acto, no cabe preguntarse: ¿Por qué hay tanta violencia?!!!!  Esto es una falta de sensibilidad, empatía y desconexión, por decir lo menos.

Las estructuras e instituciones educativas deben hacer acto de conciencia y arrepentirse por todas las falencias que han ido mostrando, partiendo de la elección, asignación y formación de su personal. Es necesario que se dejen de inventivas, y que promuevan y permitan a los expertos entrar a INVESTIGAR. Poder conocer cómo es su desempeño, su clima escolar, cuáles son sus necesidades reales, qué pueden implementar que les ayude con sus particularidades para que juntos se puedan lograr cambios de fondo y estructurales. La sociedad les necesita saludables y con urgencia.

En este momento de vida y viendo los indicadores de tragedia nacional y mundial, en el país la mayoría de las instituciones educativas se han convertido en otra fuente de desamparo, indiferencia y exclusión. Están secuestradas desde sus estructuras, absolutismos y desancladas de la sociedad, y es a la inversa: las escuelas son de la sociedad, les pertenece y les necesita. Pero es menester ayudarles y cuidarlas con un sentido de comunidad y pertenencia. Hacer el trabajo necesario como padres saneando y sanando las dinámicas familiares para compartir hijos (as) con valores y principios humanizados, y vincularse con las escuelas, pero no desde la actitud arrogante y demandante, sino desde la resignificación trascendental de la función que desempeñan (las escuelas no solo instruyen, sino que inciden en la formación del individuo que replicará a la sociedad).

La comunidad necesita arropar a las instituciones educativas fortaleciendo lazos que delimiten las reglas de convivio y muestren el valor que representa tener una escuela en el lugar, no se está para dilapidar los esfuerzos, hay que valorarlos y acrecentarlos. Que los verdaderos maestros se sientan reconocidos, respetados e importantes, sólo los verdaderos. Y las instituciones deberán transformarse, dejarse acompañar y/o en su defecto exigir lo propio y tener el reparo de volver a donde pertenecen; a la sociedad. Es indispensable considerar que ninguno de estos agentes puede funcionar en separado porque la formación humana es un trabajo social e incluyente.  Hay que hacer lo necesario antes de que los niños (as) y jóvenes se diluyan por dentro siendo los demás solo testigos.   Dr. Victor M. Mendoza Lara